miércoles, enero 27

Un pequeño "receso literario"

De regreso por estos lares hermanos,

les traigo una pequeña entrega.

Espero la disfruten.


Mateo 23:28


Úrsula Concepción, quien había visto llorar reír cantar gritar dormir rezar escupir maldecir vomitar golpear arañar aferrarse correr huir regresar o quedarse saltar subir bajar o caerse convulsionarse temblar o revolverse vanagloriarse rogar o humillarse insultar agradecer o quejarse, en fin, que había visto vivir y morir – aunque sea de muerte chiquita – en su lecho de diosa ígnea, a no poco menos de medio millar de hombres, en lo largo de una década, encontró, a sus veinticinco años, al que era el amor de su vida.

Un cuarto de siglo después, cuando por motivo de la celebración de sus bodas de plata, Cándido Inocencio – su noble esposo – le preguntó qué opinaba acerca de unirse a una fiesta “süinguer” que sus compadres habían organizado, ella,

detuvo su tejido,

lo colocó en la mesa,

juntó sus manos,

alzó la cara para mirarlo de frente,

y aspirando una gran bocanada de aire, le dijo

“que mierdas te pasa por la cabeza, eh, cabrón, que putas madres pensaste, que ibas a venir con tu carita de pendejo a traerme una proposición de este tipo y que yo, que, ¿te la iba a aceptar?… ¿eso creías?… ¡pues estás muy P-E-N-D-E-J-O cabrón!!, ehhhhhh, que clase de hijo de la chingada eres, para venir a ofrecer estassss mmm obscenidades, a una dama de mi categoría, porque sí, imbécil, que no se te olvide que soy una dama, ehhh, y que si me casé contigo no fue porque fueras muy chulo ni nada de eso, ni porque tuvieras mucho dinero tampoco, es más, ni que me cumplieras tan bien como “hombre”, sí, aunque pongas esa cara, como “hombre”, ¡porque no lo eres!. Al menos antes, eras un caballero, pero ahora veo que no, que decepción... Ofrende mi vida, ¡toda mi vida!, a una piltrafa como tú, ¡sátrapa!, cómo pude ser tan ciega ehhhhhhhhhhhhhh cómo pude ser tan ciega, y vivir… tantos años engañada…… Pero no, no más cabrón hijo de tu PU-TA MADRE!!. QUIERO QUE TE LARGUES, pero ahorita, ca-mi-na ca-ta-li-na, y sí , no me mires con esa carita de pendejo, ¡LAAAAAAAARRGATEEE!, que no quiero verte más, ¡Ahh! y cuando puedas me mandas el acta de divorcio, si no me la mandas, ME-VA-LE-MA-DRE, igual no quiero saber de ti.”

Y así fue como, Úrsula Concepción, pasó sola el último tercio de su vida, maldiciendo a los hombres, por ser todos iguales, una bola de cerdos incircuncisos, victimarios de las mujeres,

y lamentándose en el atrio de la iglesia, con lágrimas, berridos y golpes de pecho – de rodillas y vistiéndote luto riguroso por supuesto – la ausencia total en estos tiempos, de por lo menos un hombre parecido, a su adorado señor Jesucristo.